La Unidad Nacional - Jorge Alejandro Muñiz Cantero - ME
17.03.2012 00:33
Introducción
En el capítulo 2 de su libro El Sistema Educativo Mexicano, Carlos Ornelas hace una revisión de las distintas orientaciones que se han dado a la Educación en México, y que se han integrado a la Constitución en su Artículo 3ero. A pesar de que de una manera muy general se puede tratar el carácter laico y gratuito de la educación (ya que son temas populares con mucha información disponible), he decidido enfocarme en la orientación que Ornelas llamó La Unidad Nacional. De esto no se ha hablado mucho, hay personas que lo consideran poco trascendente, pero para dejar de “ser del montón” decidí adentrarme en ella. Este ensayo se presenta con características del texto narrativo, donde el lector podrá percibir mi perspectiva personal y las conclusiones que las experiencias me han dejado en el quizá corto lapso de seis años de experiencia docente.
La maestra Carolina tenía fama de ser muy estricta. Incluso algunos alumnos decían que podían notar su presencia a lo lejos cuando se oscurecía el cielo. Sin embargo los números no mentían. La maestra Carolina tenía las mejores estadísticas en asistencia y aprovechamiento. Algunas de sus colegas se preguntaban cuál era su estrategia, o cómo amenazaría a los alumnos para que dieran tales resultados. Sin embargo, fue hasta que Carmen, una ex alumna que decidió dedicarse también a la docencia, confesó cuál era el secreto de la maestra Carolina.
- La maestra Carolina - dijo en una charla de café – tiene algo que las demás maestras no tienen.
- ¿Dinero? Si siempre la veo llegando en ese camión de ruta que todavía no tiene clima. – dijo la maestra Blanca
- ¡No! – exclamó Mónica. – Es algo aún más profundo.
- ¿Novio? No creo, si nunca he visto una sortija en su dedo. – contestó Romina, maestra de música.
- Tampoco es eso. – contestó Carmen, con un gesto que denotaba que empezaba a desesperarse. Estaba ansiosa por revelar el secreto.
- Seguramente te refieres a sus curvas. Claro, si los muchachos solo se le quedan viendo por eso, no tanto por su inteligencia. ¡Qué envidia! Yo quisiera tener ese cuerpo a su edad… - declaró Irma, como una víbora expide su veneno.
- De veras que ustedes son liosas. Con razón siguen solteras y se comen unas a otras. Son unas hienas. No, la verdad es algo tan valioso, tan profundo, que ni si quiera se lo imaginan.
De una manera similar a las películas, la mente de Carmen se tornó sepia, trayendo a su mente aquellos recuerdos que atesoraba de su educación secundaria, cuando era alumna de “La Maléfica”, es decir, la maestra Carolina.
Estaban ya iniciando el tercer año, algunas alumnas platicaban acerca de los preparativos de sus quince años, los muchachos presumían cómo perdían su virginidad (con verdades o con mentiras) y solo unos cuantos pensaban en el gran paso que darían al ingresar a la preparatoria.
Sin embargo, el color rosa de la vida de los alumnos se desvaneció cuando su maestra de historia, la maestra Escolástica, anunció que se cambiaría de ciudad, ya que su nuevo novio tenía planes de trabajar como estrella de Televisa. Y es así como, en el mes de septiembre la maestra, aprovechando los grandes beneficios que le daba el Sindicato, fue sustituida temporalmente (con goce de sueldo) por una recién egresada de la Escuela Normal Superior.
Su nombre era Carolina. A simple vista, podía decirse que la vida no la había tratado bien: su aspecto personal era sobrio, minimalista y todo lo contrario a lo que la juventud exige a las damas, independientemente de la época de la que hablemos. Su mirada dura, penetrante e intimidante decía más que los discursos de cualquier político, y revelaba más que los sermones de un sacerdote.
La primera vez que entró al salón, la escoltaba una fría brisa, lo cual terminó de enchinar el cuero de los alumnos. Nadie olvidaría nunca esa primera impresión.
Una de las tareas que había dejado inconclusa la maestra Escolástica fue la preparación de la Asamblea del mes de Septiembre. Esa asamblea era peleada por todos los maestros de la escuela, por la cantidad de efemérides que se recitan; los bailables, el color, los aromas de los antojitos mexicanos altos en colesterol y los múltiples reconocimientos verbales que otorgaban los padres de familia. Sin embargo Carolina ya era mal vista por sus compañeros porque se haría cargo de dicho evento.
- ¿Qué vamos a preparar para la asamblea? – preguntó la aún joven Carolina en el salón de clases, esperando respuesta de sus alumnos. Sin embargo, esa primera impresión dejó dudoso a más de un alumno, por lo que el silencio se prolongó por más de 2 minutos. – Bueno, ¿están mudos, sordos, tontos, enfermos o qué? ¿Nadie me va a contestar?
- ¿Qué tal si planeamos un bailable alusivo a la Independencia, con trajes típicos, moños y sombreros? – contestó temblorosa Carmen, consciente de que al hacerlo se había puesto como carnada de una fiera.
- ¿Un bailable? ¿Y eso qué tiene que ver con la Independencia? ¿Tú crees que los caudillos que iniciaron ese movimiento se la pasaban bailando? ¿Crees que los trajes de las mujeres siempre eran limpios, coloridos e impecables? – contestó Carolina, mientras se ponía lentamente de pie, cual leona dormida.
- No lo sé, maestra, pero es lo que hacemos todos los años – contestó Arturo, defendiendo a su compañera del inminente ataque.
- ¿Quién les enseñó eso? – Preguntó Carolina, barriendo con la mirada a todos los alumnos.
- Pues todos los maestros en la primaria y secundaria. – Agregó Ulises, quien lejos de tener miedo a la maestra Carolina, esperaba con ansias el momento en que ésta explotara del coraje.
- Pues no, mis pequeños pupilos, veo que estamos muy lejos de la Unidad Nacional que Torres Bodet buscaba para el pueblo mexicano. Veo que estos años han sido en vano, y que no conocen muchas cosas que, a su edad, yo ya conocía y amaba.
Carolina cambió su semblante a uno más cálido, como una madre que acaba de reprender a su hijo y después lo consuela. Estaba a punto de iluminar a sus alumnos y corregir todo lo que, por años, sus maestros hicieron a los pequeños y futuros ciudadanos. Los estudiantes quedaron perplejos ante ese cambio de carácter de la maestra Carolina, y atentos observaban su andar lento, que anunciaba una gran revelación.
- ¿Saben ustedes la letra del Himno Nacional Mexicano? – preguntó Carolina a su expectante audiencia.
- ¡Sí! – contestaron a coro los adolescentes, entusiasmados porque por fin lograrían acertar a un cuestionamiento de la maestra.
- ¡Muy bien! Vamos a cantarlo… - y quién sabe de dónde, sacó una pequeña grabadora y un cassete, que tenía la pista del Himno Nacional. Al son de la música, los alumnos comenzaron a ponerse de pie, enfilarse cual coro y, con el pecho en alto, tomaron aire suficiente para comenzar con el estribillo:
- Mexicanos, al grito de guerra / el acero aprestad y el bridón / y retiemble los centros la tierra al sonoro rugir del cañón.
La sonrisa de Carolina se desvaneció tan rápido como el estruendo de un relámpago. Seguía escuchando cómo los jóvenes habían destrozado la letra de tan hermoso canto nacional:
- Profanar un extraño enemigo / profanar con tus alas tu nieto / qué en el cielo que hoy es acento / por un dedo del dios escribió…
- ¡Basta! – gritó Carolina, dando un manotazo en el escritorio y apagando de inmediato el aparato de sonido. - ¿Qué es esto? ¿Acaso estoy presenciando un caso de inteligencia colectiva o les dio un ataque masivo de amnesia? ¿No saben la letra del Himno Nacional? No puede ser posible que mutilen de una manera tan cruel y despiadada un canto en honor a nuestros héroes, un símbolo de nuestra libertad, una obra de arte tan sublime…
Carolina presenciaba el fruto de años pasados, en los que los maestros de la educación básica “cumplían” con el compromiso de “enseñar” a los alumnos el amor a la patria, el reconocerse como ciudadanos mexicanos, el sentirse parte de un pueblo luchador y progresista pero sobre todo, el cómo usar una moneda de $1,000.00 para copiar el escudito de la bandera en papelitos blancos.
Después de tomar un poco de aire, relajando su ira, invitó a los alumnos a regresar a sus asientos. Era hora de poner un alto a la ignorancia y compartir con sus alumnos las verdades acerca de nuestra nación.
De una manera intensiva, interesante y magistral, Carolina hizo un recorrido por la historia de la liberación de nuestro pueblo, pasando por la conquista española, el grito de Independencia, el movimiento de la Revolución y la institución de la Constitución de 1917. Los alumnos se quedaron maravillados con las enseñanzas que, en clases siguientes, Carolina les compartía. Escribieron cartas a los héroes de la nación, representaron pasajes memorables de la Historia de México, debatieron sobre las decisiones tomadas por los líderes políticos, y propusieron líneas de acción para mejorar la educación en el país.
Y eso no es todo: la fascinación por conocer más la cultura nacional hizo que los alumnos mejoraran notablemente su desempeño en otras áreas: incrementaron su nivel de comprensión lectora, identificaron los arcaísmos de las Cartas de Relación de Hernán Cortés, señalaron los ecosistemas presentes en el territorio nacional y las costumbres de cada región del país. Es decir, se logró un aprendizaje significativo e integral, de manera que cada uno de los alumnos se sintió parte de una gran nación, que siempre se ha caracterizado por salir adelante sobre cualquier dificultad.
No está de más mencionar que la Asamblea fue todo un éxito: el Himno Nacional fue interpretado a la perfección, la escolta portó con orgullo y dignidad la bandera de México, la poesía coral estremeció a más de un alumno y algunas maestras no pudieron contener el llanto ante la lectura de las efemérides, que fueron recitadas con tal sentimiento, como si los héroes estuvieran presentes en un gran homenaje público.
Un comunicado urgente llegó días después a la oficina del profesor Eliud, director de la escuela. En él la maestra Escolástica presentaba su renuncia, ya que a su ahora marido obtuvo un contrato de exclusividad con la empresa Televisa. Al ofrecer el puesto a la maestra Carolina, ésta aceptó sin dudar, ya que estaba decidida a terminar la tarea que le fue encomendada: fomentar en sus alumnos el amor y pertenencia a la patria.
Los alumnos de esa generación fueron galardonados por el gobernador del Estado en turno, que los visitó a su escuela y les preguntó cómo habían logrado tanto avance en tan poco tiempo. Carmen tomó la palabra, y elocuentemente dijo:
- Durante nuestra educación primaria, nos topamos con muchos maestros que nos enseñaron a leer, a sumar y a cantar el himno nacional. En ocasiones nos corregían, otras no. Pero lo que hizo la maestra Carolina con nosotros no tiene comparación: ella nos enseñó que todo eso no tiene sentido si no somos parte de un todo; que si no hacemos uso de nuestros conocimientos para mejorar nuestra situación en el país, seríamos personas sin un rumbo, dejando que los demás decidan por nosotros; nos enseñó que el sentirnos verdaderos mexicanos se reflejará en un deseo constante y permanente por ser mejores estudiantes y mejores ciudadanos, y que en el futuro esta unidad sería reconocida más allá de nuestras fronteras. Detrás de ese duro semblante, se encuentra un corazón noble, servicial, pero sobre todo comprometido con el país, y con la firme idea de generar un cambio verdadero desde el salón de clases…
Carmen no pudo continuar, porque la voz se le quebraba. Ulises tomó la palabra ante la sorpresa del grupo:
- Yo nunca he sido el mejor alumno, y siempre busqué plantear retos a los maestros, con el afán de exhibir su ignorancia e incompetencia. Pero cuando conocí a la maestra Carolina, cuando escuchaba la pasión con la que hablaba de nuestra historia y cómo buscaba la manera de hacernos sentir verdaderos mexicanos, comprendí que su labor va más allá de enseñar Historia. Ella ha sembrado en nosotros la semilla que dará frutos en el futuro, y dará en el país ciudadanos comprometidos y unidos que sentirán orgullo por sus raíces y por sus tradiciones. Mucha gente en el extranjero nos cataloga como indios, ignorantes y corruptos, y esto no cambiará hasta que se haga real la verdadera unidad nacional.
El político se quedó sin palabras, y después de entregar un reconocimiento a la maestra Carolina, le ofreció un puesto en la Secretaría de Educación. Ella no aceptó. – Mi lugar está en las aulas – dijo sin titubear. – Aún hay mucho por hacer.
Más generaciones pasaron por las aulas de la maestra Carolina, que imponía orden con su sola presencia. Era una persona exigente, tajante, y con esa bandera navegaba para marcar indeleblemente a cuanto joven se le atravesara.
Los recuerdos de Carmen volvieron al color original, situándola en el presente, y observaba cómo sus compañeras quedaron extasiadas con su relato. La maestra Carolina había hecho muy bien su labor, pues su discípula convertida en docente, reprodujo muchas de los éxitos que logró en su vida estudiantil.
Pasaron algunos años, y un terrible accidente arrebató la vida de la maestra Carolina. Durante el funeral, llegaron múltiples y coloridas coronas de flores, evidencia del aprecio de sus estudiantes. Aquellos que conocieron a “La Maléfica”, homenajearon a aquella que los hizo partícipes de sentirse uno con el país, que les dio sentido y relevancia a su existencia y les enseñó el valor del patriotismo.
En su entierro, los alumnos de su primera generación entonaron, con permiso de las autoridades, el Himno Nacional. Un soldado de la educación había caído, y flores multicolores fueron dejadas en la lápida que decía: “Maestra Carolina Roque Arroyo. No se necesita aparecer en un libro de Historia para ser considerado un héroe”.
FIN
Conclusión
A pesar de que el modelo de unidad nacional abarca muchas más ideas, como la educación laica y la hegemonía del Estado al centralizar la educación, considero que la enseñanza del patriotismo en las aulas es un asunto de primera necesidad que debería rescatarse para bien de la nación, y que haga sentir a los estudiantes esa pertenencia al país, sobre cualquier diferencia social. Desafortunadamente esta filosofía no materializó el carácter gratuito de la educación (¿cuál lo ha hecho?) pero aún así es importante reflexionar que, al tomar los beneficios de cada una de las reformas al artículo 3ero. Constitucional, podríamos mejorar la calidad de la educación por el bienestar de todo el pueblo.